MIEDO, ANSIEDAD Y OTROS COMPAÑEROS DE VIAJE
Voy a hablar del miedo, pero no únicamente del de las películas, ya que el miedo en todas sus formas es un entramado mecánico, cuya representación en el ser humano es a veces intensa, llamativa, pero en ocasiones sutil e inconsciente. Es esa manera que tenemos de activarnos ante un peligro, para huir o enfrentarnos, aunque también se representa en formas varias como la ansiedad, la anticipación, la preocupación o la impulsividad. Es probable que el miedo humano haya adquirido una dimensión muy relevante con respecto al miedo que puedan sufrir otras especies animales. ¿Por qué?, pues porque la capacidad humana de crear realidades mentales a través del pensamiento, ha propiciado una anticipación mental sobre situaciones que, o bien ya hemos vivido antes o nos han transmitido nuestros mayores a lo largo de nuestra historia personal. El ser humano tiene la capacidad de crear realidades mentales gracias a su vocabulario y conciencia de sí mismo. Una persona puede imaginar lo doloroso o peligroso que puede ser que le atropellen, sin que haya sufrido nunca un atropello. Puede sufrir tormentos por llegar a fin de mes con su sueldo y con el hecho de poder hacer frente a todos sus pagos, y es este tormento el que le suele activar para contener sus gastos, y así un mes tras otro. Puede anticiparse a la dificultad de un examen con semanas de antelación y agobiarse con la idea de suspender, aún cuando no sabe realmente si será difícil o no. Puede decidir andar o utilizar el transporte público porque teme conducir, ya que por su cabeza aparecen “realidades” relacionadas con chocar, hacer daño a alguien y -como suele ser muy habitual- quedarse atrapado en una atasco y no poder escapar. Esto le ha servido a lo largo de su historia como especie animal para prevenir peligros, que no habría podido evitar si no fuera por este rasgo, ya que su potencial físico ha sido inferior al de muchos de sus depredadores y enemigos. Por lo tanto, poseemos un sistema para protegernos cuyo origen es muy animal, pero que se ha ido transformando en una forma quizá exclusiva de anticiparnos a los peligros (problemas, daños, frustraciones, etc) y que ha hecho que a día de hoy nos proteja más de lo necesario. Estoy pensando en nuestros antepasados primitivos viviendo en entornos hostiles, cuyo poder de anticipación mental fue la herramienta principal de supervivencia y que en desventaja física ante otras especies, hizo uso de esta habilidad permitiendo que la especie, no solo no se haya extinguido, si no que sea de las pocas que ocupan todo el planeta, y quien sabe si en un futuro también planetas diferentes al nuestro.
Pero la capacidad de anticiparse a un peligro no ha sido gratuita a lo largo de su trayectoria como especie. Pensar en lo que puede ocurrir es uno de los factores que más sufrimiento nos ha provocado y lo llevamos instalado como arma de doble filo. Nuestra integridad física se encuentra bastante protegida en la sociedad actual, pero nuestro sistema de protección en forma de pensamientos no ha disminuido, pues pertenece a la misma capacidad que nos permite abarcar muchas más cuestiones: desde comunicarnos de forma precisa hasta proyectar grandes edificios.
Este sistema de autoprotección basado en la anticipación también puede generar inconvenientes. Uno de ellos es fruto del síndrome de la mosca abatida a cañonazos. Es decir, que en su momento fue muy útil para la supervivencia, pero a día de hoy, en las sociedades avanzadas los entornos con peligros reales han disminuido de tal manera que, este formato de miedo es muy potente para lo que realmente necesitamos, y ya se sabe que si proteges algo con mucha intensidad, puede que le hagas más daño del que le evitas. El otro inconveniente está relacionado con el primero y se asocia con lo que se conoce en los últimos tiempos como “miedo al miedo”. ¿Te parece retorcido?, pues no lo es. La mayoría de los trastornos de ansiedad poseen este componente, y lo peor es que no es sencillo de detectar. El miedo al miedo, que se termina transformando en miedo al sufrimiento. Si una persona sufre un ataque de ansiedad por primera vez en su vida, cuyo origen puede ser multifactorial, además de temer a la idea catastrofista que subyace (infarto, desmayo, perder el control, etc), se genera un miedo a que vuelva a producirse esa situación donde pasó mucho miedo. Se genera un miedo a sufrir de nuevo un ataque. Lo curioso es que en estos casos el miedo, en lugar de protegerle de los siguientes ataques, lo que hace es favorecerlos, pues el estrés producido por el miedo a sufrir estará seguramente implicado en el desencadenamiento de un nuevo ataque de ansiedad. Por eso, la capacidad humana de anticiparse a los problemas, a día de hoy comienza a ser poco rentable, dado que en realidad nos protege poco y nos crea más alteraciones innecesarias.
Es curioso observar cómo muchas de las rutinas peligrosas a las que nos enfrentamos a diario no suelen ser motivo de ansiedad, mientras que otro tipo de situaciones que no conllevan peligro apenas, son motivo diario de ansiedades y sufrimiento psicológico habitual. Atravesar una calle en plena ciudad por ejemplo, es más peligroso que viajar en avión y sin embargo suele producir menos temor. Lo mismo ocurre si comparamos la facilidad con que las personas consumen sustancias peligrosas y dañinas (alcohol, tabaco, etc) con el rechazo de otras muchas por ejemplo a permanecer en un centro comercial atestado de gente.
A estos miedos aparentemente absurdos se les denomina “irracionales”, aunque si profundizamos un poco veremos que todos los miedos son irracionales pero razonados, ya que mientras los sufrimos (antes, durante y después), realizamos todo tipo de razonamientos en torno a ellos. Los llamados miedos racionales, en realidad son los que conllevan un peligro real, pero sobre todo son compartidos con el resto de personas del mismo contexto cultural, etc. y son los que la mayoría de la gente entiende que es normal padecerlos. Estoy seguro que si alguien en España teme a que le pueda caer un misil en su casa, se considerará más irracional que si el que teme vive por ejemplo en Palestina. Los miedos comúnmente llamado irracionales, son aquellos que una gran mayoría no comparte y que sobre todo no conllevan un peligro real, como por ejemplo la fobia a las cucarachas. Yo prefiero clasificar a los miedos en limitantes y no limitantes, más que nada por la necesidad o no de intervenir, y que cada uno decida lo realmente peligrosas que puedan ser las situaciones que los provocan.
Entonces el miedo normal o proporcionado es nuestro ángel de la guarda particular. Si no fuera por él, estaríamos todos muertos. Seríamos capaces de conducir un vehículo a gran velocidad, o ingerir setas de cualquier tipo sin pensar en las consecuencias. Por lo tanto se trata de un mecanismo instalado en cualquier especie animal que posea un sistema nervioso relativamente evolucionado. Pero ¿por qué a la mayoría no nos preocupa el hecho de cruzar una calle con tráfico de vehículos y sin embargo hay muchas personas que temen permanecer en un centro comercial en hora punta?. Pues bien, se trata de los aprendizajes que nuestro sistema haya instalado durante su existencia en base a experiencias vividas o transmitidas, en combinación con nuestra capacidad de pensar (construir estructuras de pensamiento) y los instintos básicos de supervivencia. Si alguien se ha criado en una ciudad y nunca ha tenido una experiencia relacionada con los atropellos, habrá incorporado la naturalidad caminando por ella, ya que de tanto cruzar calles se produce una habituación que hace que ni siquiera nos paremos a pensar: instintivamente nuestro subconsciente se da cuenta que nos da tiempo y atravesamos la calzada mientras pensamos por ejemplo que llegamos tarde al trabajo. Por el contrario, puede una persona haber sufrido algún mareo, desmayo o ansiedad fuerte mientras se encontraba rodeada de mucha gente y esto puede ser el origen de un miedo a permanecer en lugares con mucha gente hacinada, ya que la mente puede asociar el malestar con el entorno y las características de éste (dificultad para llegar hasta la salida, exposición al ridículo, etc.) y al cabo del tiempo se puede instalar esta fobia limitante que puede llegar a extrapolarse a otras situaciones que la mente asocie como similares.
Por otro lado, si no viajas a menudo en un medio de transporte como el avión, es muy probable que aunque conozcas las estadísticas que indican que es el medio más seguro para desplazarse, tu tensión por tener que subirte será muy superior a la que podrías padecer al hacerlo a un vehículo de cuatro ruedas, por ejemplo. Existen varios factores que podrían estar presentes en la ansiedad que produce el tener que subirte a un avión: en primer lugar (el orden y la importancia de los factores es individual), el hecho de que viajemos encerrados en una cabina de la que sabemos que no podemos decidir bajarnos en cualquier momento (instinto al estar encerrado), en segundo lugar estar suspendidos en un medio que no es el nuestro (el hombre no sabe volar), en tercer lugar que dependemos de la habilidad del piloto (no tenemos el control) y en cuarto lugar las noticias del último avión que se estrelló (exceso de información). Existen más factores que pueden intervenir en la ansiedad, aunque a cada persona le afectarán unos u otros en base a su experiencia individual.
El gran problema del miedo no es si es racional, razonable o absurdo. El verdadero quid de la cuestión radica en la limitación o interferencias que se produzcan en nuestra vida diaria. Nunca he tenido en consulta a alguien que venga para solucionar su miedo a los murciélagos, ya que basta con mantener una serie de precauciones muy simples para que su día a día no tenga que ver con ellos, y por tanto su vida no se verá apenas interferida por esta cuestión. Sin embargo, alguien que teme morirse de forma repentina, no podrá sacar de su cabeza esta idea fácilmente, pues, aunque parezca evidente siempre estamos expuestos a la muerte.
Se han hecho bastantes avances en los tratamientos psicológicos para superar la ansiedad y el miedo, aunque quizás falta llegar a la sociedad en forma de toma de conciencia de qué tipo de actitudes no son efectivas. Todavía se escucha de amistades o familiares de personas que sufren este tipo de alteraciones, frases como “no tengas miedo”, “no pienses en eso”, “pero si esto no es peligroso”, “intenta relajarte”, etc. que invitan a pensar que intentamos tratar esto desde la racionalidad y sin la compresión de fondo de lo que el miedo significa. Esta cultura de la huida de lo que sentimos se ha ido instalando poco a poco hasta generalizar estrategias del tipo “pan para hoy y hambre para mañana”. Buscar alivios constantemente para despojarnos del malestar, provoca que éste se mantenga en el tiempo y forme parte de la cadena cíclica que alimenta nuestros miedos. Tenemos posibilidades de huida sobre lo que tememos, que en otros tiempos eran impensables. Por ejemplo, algo tan simple como tomar un Paracetamol para evitar un dolor de cabeza, puede ser un acto algo inconsciente de huir de un dolor que entendemos como síntoma de algo más grave. En algunos casos relacionados con hipocondría (miedo desproporcionado a las enfermedades) he detectado conductas de este tipo, en las que el paciente reconoce que -por ejemplo- si no siente el dolor de cabeza, el miedo a un tumor cerebral no aparece en su mente. Son vías de escape, que al ser instaladas con cierta normalidad, empiezan a ser menos conscientes y a funcionar de detonantes de sensibilidad a ese tipo de pensamientos, por lo que el bucle “miedo-huida-sensibilidad-más miedo” se va apoderando de la persona hasta generar trastornos cada vez más instalados en su “modus operandi” habitual.
Por lo tanto, para tratar los trastornos relacionados con el miedo y la ansiedad, empleo técnicas que ayuden a la persona a bajar su sensibilidad frente a emociones, sensaciones y demás experiencias internas, relacionadas con reacciones de temor y huida. Si se concibe la superación del miedo o la ansiedad como una batalla, en ella ganas o pierdes, te enfrentas, huyes o te rindes. Se ha oído en muchas ocasiones aquello de “enfréntate a tus miedos”. Cuando se trata del miedo a experimentar miedo u otras emociones, lo que propongo es “permanecer” y si precisamos algo más, se trataría de “aceptar”. No se trata de aceptar simplemente lo que sentimos, pues esto podría parecer resignación y en realidad ambos conceptos están muy lejos el uno del otro, ya que la aceptación promueve la acción y la resignación no. Es decir, podemos dirigir nuestra actitud hacia un objetivo mientras aceptamos el proceso, pero si hay resignación, entonces no hay proyecto de cambio. No se puede concebir al malestar (miedo, preocupación, …) como un enemigo, pues como hemos expuesto al principio del párrafo, es una batalla que hay que abandonar. Si la ansiedad es una herramienta útil, no la debemos descartar de nuestro repertorio, si no más bien conseguir que esa herramienta nos preste un buen servicio. ¿Te imaginas que contratas un servicio de alarma para tu casa y ésta salta cuando nadie intenta entrar? ¿Qué pensaríamos si se presentara una unidad de vigilancia en vuestra casa a las cuatro de la madrugada, os despertara y cuando supiera que ha sido una falsa alarma os dijera: “me acuesto en vuestra cama por si acaso vuelve a saltar, que estaréis más seguros”. Pues eso es lo que provoca la ansiedad cuando aparece en situaciones en las que no la necesitamos: falsas alarmas, molestias en mitad de la noche y anticipaciones innecesarias en nuestra mente.
En la base de una buena estrategia, lo que se pretende instalar es una actitud de aceptación. Si entendemos actitud por una serie de iniciativas llevadas a cabo en una dirección concreta, entonces tendremos que establecer qué tipo de conductas favorecen esta nueva forma de actuar y cuáles pertenecen a estrategias ineficaces. Debemos aprender a aceptar nuestro interior tal como se produce, ya que el rechazo a sentirse de una manera genera más estrés de fondo, y sobre todo esa falsa idea de control sobre nuestras emociones. El control da poder, pero si éste es imaginado y falso, entonces nos convertimos en una marioneta de nuestra propia mente. La mente nos engaña haciendo que creamos que tenemos control sobre lo que pensamos, e incluso sobre lo que sentimos y lo hace porque existe una parte de nuestra mente que no entiende de proyectos, valores, principios, etc. y que únicamente le interesa la zona de seguridad o como le suele llamar la mayoría: la zona de confort. Nos dice algo así como: “tú huye, piensa que controlas, pero me dejas en paz… mañana Dios dirá”. Traducido a un ejemplo concreto, podría seguir esta secuencia:
-Busco trabajo -No encuentro nada de lo mío -Oportunidad muy interesante en el extranjero, además de lo mío -Me hace ilusión -Miedo a los cambios -Miedo a volar en avión -Miedo a fracasar -Miedo a estar lejos de mi familia -Mejor busco otra cosa -Mejor pienso en otra cosa No me hace tanta ilusión -Rechazo la oferta -Bueno, a lo mejor no era para tanto -Pienso en otra cosa -Ya veré lo que hago -Seguiré buscando algo por aquí -No me hables del tema -Pienso en otra cosa -Otros han ido y no les ha ido bien -Déjalo ya, no te rayes.
Aceptar significa no huir, no enfrentarse, pero tampoco resignarse. Aceptar es acatar mientras se actúa. Aceptar tu mundo interior es dejarse sentir, incluso dejarse pensar. Aceptar es también no intentar cambiar el curso de nuestra mente, ni el estado de ánimo, ni rechazar pensamientos o sensaciones. Aceptar es abrir o hacer hueco a nuestra experiencia interna; es dejar fluir sin intervenir. Aceptar es no poner nombre a lo que se siente. Pero ¿Por qué es tan necesaria la aceptación?. La aceptación supone el abandono de la lucha interna que generamos en la huida o rechazo de nuestras experiencias emocionales. Si entendemos a nuestras propias emociones como enemigos a los que hay que combatir, y a los pensamientos como vehículo principal del enemigo, entonces la lucha consciente e inconsciente contra nuestro mundo interior comienza a fatigarnos y a generar aún más unidades de nuestros propios enemigos, ya que entramos en bucle de pensamiento y generamos más pensamientos y removemos más sensibilidades, en un vano intento de que las emociones supuestamente negativas se vayan, como si fueran molestas palomas en la terraza. Lo cierto es que ni se van, ni podemos acabar con ellas, pues lo máximo que conseguimos con esta lucha interna es despistarlas por unos minutos u horas, aunque cuando menos lo esperamos vuelven a aparecer y la lucha se hace interminable.
Cuando aprendemos a aceptar de pleno nuestra movilización emocional, comenzamos a notar un efecto asombroso: sufrimos mientras padecemos una situación dolorosa, aunque dicho sufrimiento se padece de forma más serena, y finalmente nos sentimos bien cuando nuestra mente se adapta a dicha situación o nos proporciona las claves para darle una solución. Pero sobre todo lo que conseguimos es que el miedo nos limite mucho menos y nuestros proyectos y objetivos comiencen a aparecer en el horizonte como algo alcanzable.
¿Cómo controlar los prontos de ira?
La impulsividad puede ser causada por alguna situación concreta o también puede formar parte de un patrón de conducta más continuado. En el primer caso, es necesaria esta reacción y nuestro cuerpo responde con rapidez para evitar o solucionar alguna situación extrema, es decir, actos reflejos cargados de adrenalina que nos permiten actuar con rapidez ante una urgencia. Si esas reacciones forman parte de la vida cotidiana, suele ser causado por una sensibilidad encubierta, y que suele darse en personas que no quieren mostrar sus sentimientos y van acumulando tensión hasta que alguien o algo toca su fibra y saltan como resortes.
Para tratar este problema, intento que la persona que lo sufre realice estos cambios:
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Ampliar el tiempo de reacción, es decir, desde que se da la situación hasta que se reacciona. De esta forma se puede ser más consciente para controlar la reacción. Para ello existen técnicas de concienciación que ayudan a conseguir esto.
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Organizar consecuencias negativas a la reacción. Se pretende con esto, que el paciente organice su entorno para que no sea protegido por este tipo de conductas, ya que muchas veces, tanto familiares como pareja, etc, suelen justificar sus actos con frases como "es así, no puede evitarlo".
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Buscar en el pasado. Hay situaciones en la infancia o adolescencia en las que se producen agravios, injusticias, conflictos entre los padres, etc, en las que el paciente encuentra una relación con su forma de reaccionar. Se trata de "desconectar" esos recuerdos de su forma de reaccionar en el presente, usando técnicas de afrontamiento de sentimientos de ira implicados.
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Rescatar recursos abandonados. Todas las personas poseemos recursos naturales para hacer cambios positivos en nuestra vida. Estos recursos pueden estar en desuso o incluso no haber utilizado nunca. Se trata de demostrarle al paciente que los lleva en su interior y la forma en la que puede utilizarlos para su bienestar.