Salvador Mendoza García • 16 de marzo de 2023

El abuso de medicamentos ansiolíticos en España: una preocupación creciente

 
Introducción

La sobredosificación de ansiolíticos en España ha generado una creciente preocupación en los últimos años. A medida que la sociedad se enfrenta a desafíos como el estrés, la ansiedad y el insomnio, cada vez son más las personas que buscan alivio a través de fármacos. Los ansiolíticos, medicamentos que actúan sobre el sistema nervioso central para reducir la ansiedad y facilitar la relajación, han experimentado un notable aumento en su prescripción. Vamos a analizar las causas y consecuencias del consumo excesivo de ansiolíticos en España y ofrecer posibles soluciones para abordar este problema.


Principales causas 

a. Presiones sociales y económicas
Abusar de los ansiolíticos puede atribuirse a una combinación de factores, incluyendo el impacto de las presiones sociales y económicas en la salud mental de la población. El desempleo, la inestabilidad laboral y el aumento del costo de vida pueden generar estrés y ansiedad, lo que lleva a las personas a buscar soluciones rápidas y efectivas en forma de medicamentos.

b. Falta de acceso a tratamientos alternativos
Otro factor que contribuye a la sobredosificación de ansiolíticos es la falta de acceso a tratamientos alternativos, como terapias psicológicas y de apoyo. Aunque existen diferencias entre Comunidades Autónomas, en general los facultativos tienen dificultades para derivar a sus pacientes a los servicios de psicología, debido a la limitada disponibilidad y la falta de recursos en el sistema de salud pública.

c. Prescripción inadecuada
La prescripción inadecuada de ansiolíticos también es un factor a tener en cuenta. La mayoría de médicos utilizan estas sustancias de manera correcta, aunque las dificultades expuestas en el punto anterior, pueden implicar prescripciones excesivas en dosis o tiempo de uso. 

d. Automedicación
En España, la legislación establece que ciertos medicamentos solo pueden ser dispensados en farmacias bajo la presentación de una receta médica. Los ansiolíticos, son en su mayoría benzodiacepinas y forman parte de este grupo.

Para garantizar el cumplimiento de las leyes y proteger la salud y la seguridad de los pacientes, es crucial que los profesionales de farmacias promuevan el uso responsable de medicamentos. Además, es importante que los pacientes sean conscientes de los riesgos asociados con el uso indebido de medicamentos que requieren receta y que busquen la orientación de profesionales de la salud antes de tomar cualquier medicación.


Consecuencias más comunes

a. Dependencia y tolerancia
El uso prolongado de ansiolíticos puede generar dependencia física y psicológica, así como tolerancia. Esto significa que, con el tiempo, los pacientes pueden requerir dosis más altas para lograr el mismo efecto, lo que aumenta el riesgo de efectos secundarios y complicaciones.

b. Efectos secundarios y riesgos para la salud
Los ansiolíticos pueden tener efectos secundarios importantes, como somnolencia, mareos, debilidad muscular y problemas de memoria. Además, el consumo excesivo de estos medicamentos puede aumentar el riesgo de accidentes de tráfico, caídas y otros problemas de salud.

c. Impacto en la calidad de vida
Utilizar ansiolíticos de manera inadecuada puede afectar negativamente la calidad de vida de los pacientes, ya que limita su capacidad para enfrentar y superar problemas de manera efectiva. Además, la dependencia de estos medicamentos puede generar un ciclo de ansiedad y consumo que dificulta la recuperación.

Soluciones para abordar la problemática

a. Promover tratamientos alternativos
Para abordar la problemática sobre el abuso de ansiolíticos, es fundamental promover tratamientos alternativos, como la terapia cognitivo-conductual, la terapia de aceptación y compromiso, y otras intervenciones psicológicas. Estos tratamientos pueden ser igualmente efectivos en el manejo de la ansiedad y el insomnio, y presentan menos riesgos que los medicamentos. Además, es importante aumentar la accesibilidad y la cobertura de estos tratamientos en el sistema de salud pública.

b. Formación y educación médica
Es esencial proporcionar una formación adecuada a los profesionales de la salud para garantizar una prescripción responsable y adecuada de ansiolíticos. Los médicos deben estar informados sobre los riesgos y beneficios de estos medicamentos, así como sobre las alternativas disponibles. Además, se debe fomentar la comunicación y la colaboración entre médicos y profesionales de la salud mental para garantizar un enfoque multidisciplinario en el tratamiento de la ansiedad, el insomnio o cualquiera de las alteraciones en los que estos medicamentos son prescritos.

c. Campañas de concienciación pública
Las campañas de concienciación pública pueden ayudar a informar a la población sobre los riesgos del abuso de ansiolíticos y fomentar el uso responsable de estos medicamentos. Además, estas campañas pueden promover la importancia de buscar ayuda profesional y explorar tratamientos alternativos para el manejo de la ansiedad y los trastornos asociados.

d. Seguimiento y control de la prescripción
Implementar sistemas de seguimiento y control de la prescripción puede ayudar a reducir estas prácticas. Estos sistemas permitirían identificar patrones de prescripción inadecuados y tomar medidas correctivas. Además, el monitoreo regular del consumo de ansiolíticos en la población puede contribuir a la identificación temprana de problemas y a la implementación de estrategias preventivas.

Conclusión

El abuso de este tipo de medicamentos en España es un problema complejo que requiere una respuesta multifacética. Abordar este desafío implica promover tratamientos alternativos, mejorar la formación y educación médica, concienciar a la población y establecer sistemas de seguimiento y control de la prescripción. Al adoptar estas medidas, se pueden reducir los riesgos asociados con el abuso de ansiolíticos y mejorar la salud mental y el bienestar de la población en general.


Por Salvador Mendoza García 12 de junio de 2025
El culto a la productividad: cuando descansar te hace sentir culpable Vivimos en una cultura que mide el valor de una persona por lo que produce. No por lo que es, ni por lo que siente, ni por lo que aporta al mundo de forma intangible. No: lo que cuenta es lo que haces, lo que logras, lo que marcas como "hecho" en tu lista de tareas. Y si un día te paras, si decides no hacer nada, si necesitas un descanso, aparece esa sensación incómoda que no siempre sabes nombrar: culpa. Culpa por estar perdiendo el tiempo. Culpa por no ser productivo. Culpa por no aprovechar al máximo el día. La productividad como identidad "Estoy a tope" se ha convertido en una forma aceptada (y hasta admirada) de definirse. Parece que si no vas con prisa, si no estás estresado, si no tienes varias cosas pendientes, es que algo estás haciendo mal. Se ha instalado la idea de que el descanso es un lujo, no una necesidad. Como si solo pudieras permitirte parar cuando ya estás reventado, cuando no te queda otra. Y a veces ni así. El mito del tiempo bien aprovechado Vivimos bombardeados por frases tipo "aprovecha cada minuto", "levántate antes que los demás", "haz que cada día cuente". Y suena muy inspirador... hasta que te das cuenta de que te están robando la posibilidad de simplemente estar. De aburrirte, de no hacer nada, de mirar al techo sin sentirte un vago. El cuerpo no es tonto La fatiga no es un fallo. Es una señal . Pero estamos tan desconectados del cuerpo que solo lo escuchamos cuando nos grita. Entonces vienen los mareos, la ansiedad, la irritabilidad, la falta de concentración. Y aún así, hay quien se fuerza a seguir porque "queda mucho por hacer". El cuerpo pide pausa, pero la mente dice que no es momento. Nunca lo es. Cuando descansar da verguenza Muchos necesitan justificarse para descansar. "Hoy no he hecho nada, pero ayer trabajé mucho". "Me he dado la tarde libre, pero es que llevo una semana a mil". Como si hiciera falta pedir permiso para no hacer. Como si el descanso solo fuera válido si viene precedido de agotamiento extremo. Recuperar el sentido de parar Descansar no es dejar de vivir. Es vivir de otra manera. No es una pérdida de tiempo, es una forma de recuperarlo. Estar sin hacer nada también es valioso. Mirar por la ventana. Escuchar una canción sin hacer otra cosa. Dar un paseo sin rumbo. Dormir una siesta. Estar. Respirar. Y punto. No somos máquinas. No vinimos al mundo a optimizar nuestro tiempo. No eres mejor persona por tachar más cosas de una lista. Hay días para avanzar, y hay días para parar. Y los dos cuentan. Si descansar te hace sentir culpable, el problema no está en el descanso. Está en el discurso que te han vendido. Y si hay que desobedecer esa exigencia constante de rendimiento para poder vivir mejor, entonces que empiece la huelga. La del descanso sin culpa.
Por Salvador Mendoza García 25 de mayo de 2025
Hay relaciones que empiezan con muchas ganas, con conexión, con intensidad. Pero con el tiempo, esa intensidad se transforma en malestar, en confusión, en una especie de cansancio que no se explica fácilmente. Relaciones en las que uno siente que está perdiendo el equilibrio, pero no sabe si es por la pareja o por uno mismo. Las relaciones tóxicas no siempre son evidentes. A veces se camuflan en gestos cotidianos, en dinámicas que se van normalizando poco a poco. Vamos a ponerle nombre al asunto. Una relación tóxica no es simplemente una relación con discusiones. Discutir es normal. Lo tóxico aparece cuando una de las partes (o ambas) empieza a minar la dignidad, la libertad, el equilibrio emocional o la identidad del otro. A veces de forma directa, a veces desde actitudes que se repiten sin necesidad de levantar la voz. "Pero es que nos queremos mucho..." El amor, por muy intenso que sea, no justifica que te sientas incómodo constantemente. Si cada vez que estás con esa persona sientes ansiedad, miedo, confusión o la necesidad de justificar lo que está pasando, algo no va bien. Amar no debería implicar tener que explicarle a los demás que todo está bien, mientras tú sabes que no lo está. Hay relaciones en las que uno aprende a callarse. Empieza evitando ciertos temas, cambiando su forma de hablar, de vestirse o de relacionarse para no provocar una reacción negativa en la otra persona. No porque haya gritos, sino porque ya conoces el patrón: cuando algo no le gusta, se molesta, se cierra, se pone frío o simplemente te castiga con el silencio. Y ese silencio duele. En otras relaciones, los celos se presentan como una muestra de amor. Frases como "es que me importas demasiado" o "me pongo así porque no quiero perderte" van justificando comportamientos controladores: revisar el móvil, pedir explicaciones constantes, decidir con quién puedes o no salir. Y lo llamas amor porque al principio parecía cariño, pero ahora empieza a ser incómodo. También existen parejas que viven en un vaivén constante. Hoy todo está bien, mañana una discusión, pasado reconciliación, y vuelta a empezar. No hay estabilidad emocional, solo extremos. Cuando no hay problema, parece que falta algo. Y eso acaba por agotarte, porque siempre estás con la sensación de que algo puede estallar en cualquier momento. Y están las relaciones donde uno se dedica a cuidar emocionalmente al otro. A sostenerlo, calmarlo, entenderlo, explicarle todo. Relaciones donde uno asume el papel de contención permanente, olvidándose de sus propias necesidades. Poco a poco, uno se acostumbra a estar en segundo plano, creyendo que es lo que toca para que la relación funcione. Lo tóxico no siempre grita Esto es importante: no todo lo tóxico es ruidoso. Hay relaciones frías, con desprecios cotidianos, silencios que incomodan, ironías constantes. Relaciones donde uno deja de hablar para no molestar. Donde te adaptas tanto que ya no sabes quién eras. Y eso, aunque no explote, también desgasta. Antes de seguir, conviene dejar algo claro: en este tipo de relaciones no siempre hay un "malo" y una "víctima". Lo tóxico suele ser una dinámica que se construye entre dos personas, con responsabilidades compartidas, aunque no siempre en igual medida. A veces uno controla y el otro permite, uno manipula y el otro cede, uno exige y el otro se borra. No se trata de repartir culpas como si fuera un juicio, sino de ver cómo cada parte ha ido sosteniendo ese vínculo desequilibrado. ¿Y por qué cuesta tanto salir? Porque hay momentos buenos que confunden. Porque hay miedo a la soledad. Porque la autoestima ya está erosionada y uno empieza a pensar que "bueno, tampoco estoy tan mal". Porque hay culpas que no son tuyas pero las cargas como si lo fueran. Porque crees que puedes cambiar a la otra persona. No puedes. Las personas cambian si quieren, no porque tú te desgastes. Entonces... ¿se puede salir? Claro que se puede. Pero no desde la idea de que el otro va a cambiar, sino desde la reconexión contigo. ¿Quién eras antes de esta relación? ¿Qué dejaste de hacer, de decir, de sentir? ¿Qué amistades dejaste por el camino? A veces no hace falta ni una ruptura inmediata, sino empezar por poner límites internos, cuestionar lo que estás normalizando. Salir de una relación tóxica no es un acto heroico de un día. Es un proceso. Con retrocesos, con dudas, con recaídas. Pero cada paso que das hacia tu bienestar vale más que mil promesas vacías. Porque una cosa es que el amor te afecte, y otra es que te anule. Y si en algún momento te preguntas si estás exagerando, si eres tú el problema, si estás siendo egoísta por pensar en ti... recuerda: una relación sana no necesita que te traiciones para que funcione. A veces, lo más valiente no es insistir en salvar una relación. Es reconocer que no funciona y tomar decisiones que prioricen tu equilibrio.
Por Salvador Mendoza García 6 de mayo de 2025
A veces las cosas salen bien. El trabajo, el proyecto, el reconocimiento, el espacio. Y, sin embargo, por dentro algo se mueve raro. Una incomodidad sorda, como si estuvieras ocupando un lugar que no te corresponde. Estás sentado en la mesa, con la silla asignada, el nombre en la tarjeta… pero tienes la sensación de que es cuestión de tiempo hasta que alguien aparezca y te diga: “perdona, pero tú no deberías estar aquí”. El síndrome del impostor no es un pensamiento que puedas desmontar fácilmente. Es una sensación que se mete en el cuerpo, en la piel, en la nuca. Es entrar en una reunión y sentir que todos saben hablar un idioma secreto que tú no manejas. Es presentar un proyecto y pensar que solo tuviste suerte. Es vivir con la sospecha de que los demás creen que eres mejor de lo que realmente eres, y que cualquier día se van a dar cuenta. No importa si tienes pruebas, títulos, años de experiencia, resultados. Por dentro no terminas de creértelo. Es como si hubiera un hueco entre lo que haces y lo que sientes. Como si cada éxito solo sirviera para aumentar la presión de no fallar. Y claro, eso agota. Porque no solo haces las cosas: las haces cargando con el miedo de que todo se derrumbe si dejas de intentarlo tan fuerte. Y mientras tanto, sonríes. Sigues adelante. Trabajas. Cumples. Pero con ese vértigo pegado al pecho. Ese pequeño temblor interno que no deja que disfrutes de verdad lo que consigues. Cada paso adelante es alegría, sí, pero también vértigo: porque ahora hay más que perder. Porque ahora hay más ojos mirando. Porque ahora hay más que demostrar. El síndrome del impostor no es una enfermedad que se cura, ni un obstáculo que se salta. Es una parte incómoda de crecer, de enfrentarte a nuevos retos, de atreverte a estar en lugares donde nunca antes habías estado. No es un enemigo a eliminar, sino una voz interna a la que hay que conocer y aprender a no obedecer siempre. Porque en el fondo no eres un fraude. Lo que pasa es que estás vivo, consciente, despierto. Y las personas que están despiertas dudan. Dudan porque se importan. Porque no les da igual. Porque no van con el piloto automático. Dudan porque saben que no saben todo. Y eso, lejos de restarte, te hace más humano, más humilde, más capaz. No tienes que “superar” el síndrome del impostor. Tienes que reconocerlo, abrazarlo, y decidir actuar aunque esté ahí. Porque no va a desaparecer del todo. Pero tampoco manda. No decide. Solo opina. Y tú puedes mirarlo de reojo y decirle: “ya te escuché, gracias, ahora déjame trabajar”. Al final, como dijo Neil Gaiman (o Amy Poehler, da igual, seguro también se sentían impostores): “La mayoría estamos fingiendo. Solo que algunos lo disimulan mejor.” Y esa es la verdad. Nadie tiene todas las respuestas. Nadie está tan seguro como parece. Y aun así, seguimos. Y merecemos seguir.
Por Salvador Mendoza García 21 de abril de 2025
Hay emociones que todo el mundo reconoce sin necesidad de leer a Freud ni hacer un curso de mindfulness. Miedo, alegría, tristeza, ira, sorpresa, asco. Las de toda la vida. Las que vienen de serie, como el navegador preinstalado del cerebro. Son las emociones básicas: rápidas, automáticas, y compartidas con casi todos los mamíferos que se respeten. Si te sale un perro ladrando de repente, no necesitas hacer un análisis profundo de tu infancia para saltar del susto. Tu cuerpo ya sabe qué hacer antes de que tú tengas tiempo de decir "uy". Estas emociones básicas están ahí para ayudarte a sobrevivir. Literalmente. El miedo te hace escapar, la ira defenderte, la tristeza pedir apoyo, la alegría vincularte, el asco evitar lo tóxico, la sorpresa prepararte para lo inesperado. Son como botones de emergencia que el cuerpo activa sin consultarte. Porque sí, por muy listo que seas, tu sistema nervioso no se fía del todo de ti. Pero luego están las otras. Las emociones que ya no son tan universales ni tan instintivas. Culpa, vergüenza, orgullo, celos, nostalgia, gratitud. Estas no vienen de fábrica, se van construyendo. No son solo reacción física: necesitan pensamiento, memoria, contexto y algo de drama. Porque una buena emoción compleja siempre trae historia detrás. Podrían llamarse emociones narrativas. No nacemos sabiendo sentir culpa. Hay que aprender qué es un “error” y por qué eso nos hace “malos” según cierta cultura. No nacemos sintiendo envidia. Primero tenemos que aprender a compararnos y después convencernos de que el otro tiene algo que nos falta. Y así con muchas más. Las emociones complejas no son rápidas ni automáticas: son cocinadas a fuego lento, con ingredientes sociales, familiares y personales. Lo interesante es que muchas veces nos confundimos. Pensamos que sentimos una emoción básica, cuando en realidad lo que tenemos encima es una ensalada emocional con ingredientes que ni sabíamos que estaban ahí. Creemos que estamos “enfadados”, pero en realidad estamos dolidos, inseguros y con un poco de celos disfrazados. O pensamos que estamos “tristes”, pero lo que sentimos es culpa, frustración y un poco de hambre, todo mezclado. Aprender a distinguir entre emociones básicas y complejas no es solo un ejercicio académico. Es una forma de entendernos mejor. De no reaccionar con todo el cuerpo cuando lo que en realidad necesitamos es entender la historia que hay detrás. Y de paso, dejar de culpar a otros por lo que en realidad es una batalla interna que llevamos arrastrando desde el cole. Así que la próxima vez que te sientas mal y no sepas por qué, antes de montar el drama o reprimirlo como si fueras un robot zen, hazte una pregunta básica: ¿esto que siento es de fábrica, o es una receta casera que he ido aprendiendo con los años? Solo con eso, ya estás un poco más cerca de no dejarte arrastrar por emociones que ni siquiera sabías que tenías.
Por Salvador Mendoza García 6 de abril de 2025
Vamos a hablar de autoestima. Pero en serio. No de esas frases ñoñas que encuentras en Instagram sobre “quererse mucho” mientras sale una chica besando a un espejo. No. Vamos a hablar de lo que pasa cuando te educan a base de juicios, como si fueras un plato en MasterChef y las posibles consecuencias cuando eres mayor. Porque aunque a veces se pongan de moda los halagos y las buenas palabras, al final lo que muchos recibimos fue una educación basada en la valoración constante. Valoración, juicio, opinión, etiqueta... llámalo como quieras. La trampa es la misma: te miraban, te analizaban y te decían si eras “bueno”, “listo”, “torpe”, “vago” o “genial”. Si era con halagos, te hinchabas un poco el pecho; si era con críticas, te escondías detrás de la cortina. Pero en ambos casos el mensaje era el mismo: no eres suficiente si no cumples con lo que se espera de ti. En ocasiones, aunque no fueses el objetivo de esas etiquetas, oías a tus familiares y compañeros de escuela criticar o valorar a otros frente a tus narices, o juzgar el físico o el carácter de algún famoso de la tele. Un día traías una torre de Lego todo orgulloso, y te soltaban un “¡Qué listo eres, qué bien lo haces!”. Y claro, tú sonreías, pero sin saberlo empezabas a asociar tu valor con ese logro. No con el disfrute, no con el proceso, sino con el resultado. Y el día que la torre se caía... te preguntabas si seguías siendo “listo” o si se te había caducado el título. Y así, sin quererlo, te ibas construyendo con materiales prestados y etiquetas pegadas en tu frente. Otro día te ponías a hablar emocionado sobre algo que habías descubierto —un dato curioso, una tontería de crío, da igual— y la respuesta era un bufido: “Anda, calla ya, que siempre estás diciendo tonterías”. No hacía falta mucho más para que dejaras de hablar, para que empezaras a pensar que lo que salía de tu boca no tenía valor, que mejor calladito. Y desde ahí, poco a poco, nacía la idea de que molestas, que sobras, que tus ideas no interesan a nadie. Lo más tramposo de todo es que ambas reacciones —el halago o la crítica— llevan al mismo sitio: una autoestima hipotecada. No te defines tú, sino la cara que pone el otro cuando te mira. ¿Aprobación o decepción? Eso marca el día. Y si pasas demasiados años viviendo así, llega un punto en el que no sabes quién eres si no hay nadie delante juzgando. Es como si necesitaras siempre un espejo humano para saber si existes. La autoestima no es sentirse especial. Es estar en paz contigo mismo incluso cuando no estás logrando nada especial o no te ves con atractivo frente al espejito. Es poder pensar “esto soy” sin tener que justificarlo con éxitos, ni esconderlo por errores. Pero si creciste rodeado de juicio —aunque viniera envuelto en papel de regalo—, es lógico que hoy necesites validación para todo, desde lo que llevas puesto hasta lo que opinas. Y no, no se trata de buscar culpables. Los padres lo hacen lo mejor que pueden, con las herramientas que tienen. Pero se trata de entender que, si la voz en tu cabeza suena como un jurado exigente, probablemente aprendiste a juzgarte porque primero te juzgaron. Con buena intención, claro, pero con consecuencias. Salir de esta dinámica es posible. No es rápido, ni cómodo, pero es posible. Empieza por no buscar aplausos, ni permiso. Por darte espacio. Por darte cuenta cada vez que necesitas aprobación para respirar. Y por responderte con otra pregunta: ¿quién soy yo cuando nadie me está evaluando? Si esa pregunta te incomoda, enhorabuena. Estás empezando a tirar del hilo. Y ahí, justo ahí, empieza la autoestima de verdad, la que no hace falta tener para conocer el valor que todo ser humano posee.
Por Salvador Mendoza García 1 de octubre de 2024
Las "Entidades" que Habitan en Nuestro Ser y Cómo Afectan a Nuestro Bienestar Dentro de cada uno de nosotros coexisten varias "entidades" que afectan a nuestras decisiones, emociones y comportamientos. No se trata de seres externos, sino de diferentes aspectos de nuestro cuerpo/psique que tienen un papel crucial en nuestra vida diaria. Estas entidades son la Mente Racional, el Ego, el Cuerpo, las Emociones, la Consciencia y el Instinto Animal. Todas interactúan entre sí y logran, o no, un equilibrio que determina nuestro bienestar. No pretendo que este artículo tenga un rigor científico, ya que su objetivo es ofrecer ideas sencillas y útiles para la vida cotidiana, más que profundizar en teorías complejas. 1. La Mente Racional – El Estratega La mente racional es la que organiza, interpreta, analiza y busca soluciones. Es la parte que te ayuda a hacer planes, resolver problemas y tomar decisiones lógicas. Le gusta el control y prefiere el orden a la incertidumbre. Utiliza el lenguaje como medio para expresarse. Pero la mente racional no siempre está en sintonía con las emociones o el cuerpo. Cuando no se escucha a estas otras partes, pueden surgir conflictos. Aunque la mente puede planificar muy bien, no siempre tiene en cuenta las necesidades emocionales o físicas. 2. El Ego – El Arquitecto de la Identidad El Ego se encarga de construir y proteger nuestra identidad. Es la parte de nosotros que se preocupa por cómo nos ven los demás, quiere ser valorada y apreciada. Aunque muchas veces se le asocia con lo negativo, el ego también nos da la motivación para superarnos, establecer metas y sentirnos realizados. Sin embargo, cuando el Ego toma demasiado control, podemos obsesionarnos con la aprobación externa y olvidar nuestras necesidades más profundas. El Ego no es ni bueno ni malo en sí mismo, pero necesita estar en equilibrio con las demás entidades para que no dirija todos nuestros comportamientos. 3. El Cuerpo – El Sabio en Silencio El cuerpo es quien nos da las señales más claras de lo que realmente necesitamos, pero muchas veces lo ignoramos. El cuerpo habla a través de sensaciones físicas: cansancio, energía, dolor o bienestar. Cuando no lo escuchamos, el cuerpo empieza a gritar en forma de dolores, tensiones o enfermedades. El Ego y la mente racional, en ocasiones, tratan de ignorar las señales del cuerpo para seguir adelante con los planes o mantener la apariencia, pero a largo plazo, eso puede ser perjudicial para nuestra salud. 4. Las Emociones – El Torbellino Interior Las emociones son las que nos mueven. Son poderosas, impredecibles y, a menudo, difíciles de controlar. Nos dicen lo que realmente sentimos sobre una situación, más allá de lo que la mente racional planea. Las emociones nos conectan con lo que realmente nos importa en la vida. Sentimos emociones básicas que nos impulsan a reaccionar para sobrevivir, relacionarnos, proteger al grupo, etc., y otras más complejas que tienen que ver con nuestra capacidad de imaginar y recordar: esperanza, frustración, vergüenza, etc. El desafío es aprender a escuchar nuestras emociones sin dejarnos arrastrar completamente por ellas, ya que a veces pueden ser abrumadoras o guiarnos de manera impulsiva. 5. La Consciencia – El Observador Imparcial La consciencia es la entidad que observa todo lo que ocurre dentro de nosotros sin involucrarse demasiado. Es la que nos permite tomar distancia y reflexionar. Cuando cultivamos nuestra consciencia, podemos gestionar mejor nuestras emociones, las necesidades del cuerpo y las demandas del ego. La consciencia no toma partido ni fuerza decisiones, pero nos da la perspectiva para ver cómo todas las demás entidades interactúan y nos permite actuar con más claridad. De hecho, es probable que este texto lo estés leyendo activando tu consciencia. 6. El Instinto Animal – El Guardián Primario El instinto es nuestra parte más primitiva. Está ahí para protegernos del peligro, para reaccionar de manera rápida ante situaciones que percibe como amenazas y también para relacionarnos, reproducirnos, etc. Sin embargo, en el contexto moderno, este instinto puede malinterpretar situaciones, activando respuestas de lucha o huida ante amenazas que no son reales (como una situación estresante en el trabajo, por ejemplo). El instinto es crucial para nuestra supervivencia, pero a veces entra en conflicto con la mente racional, que prefiere analizar antes de actuar, o con el ego, que quiere mantener una imagen de fortaleza ante los demás. Cómo Interactúan las Entidades Cada una de estas entidades tiene un papel importante, pero es la forma en la que interactúan entre sí lo que determina nuestro bienestar general. Veamos cómo se relacionan: La Mente Racional y las Emociones : La mente quiere orden y lógica, mientras que las emociones son impredecibles y a menudo no tienen sentido para la lógica racional. La clave es aprender a escuchar las emociones sin permitir que dominen completamente nuestras decisiones, y a la vez, dejar que la mente racional nos guíe sin ignorar lo que sentimos. El Ego y el Cuerpo : A menudo, el Ego ignora las necesidades del cuerpo para mantener una imagen o cumplir con expectativas externas. Por ejemplo, podemos seguir trabajando o haciendo ejercicio a pesar de que nuestro cuerpo nos pide descanso. Esta desconexión entre el Ego y el cuerpo puede llevar a enfermedades o agotamiento. El equilibrio radica en permitir que el cuerpo tenga voz en nuestras decisiones, sin que el Ego lo silencie. El Ego y las Emociones : El Ego quiere mantener el control y proyectar una imagen de fortaleza, mientras que las emociones pueden hacer que nos sintamos vulnerables. El Ego a veces intenta reprimir las emociones para evitar mostrarse débil, pero esta represión puede generar tensiones internas. Es importante que el Ego permita que las emociones se expresen, sin preocuparse tanto por lo que los demás pensarán. La Consciencia y las Demás Entidades : La Consciencia es quien puede ver el panorama completo. Nos permite notar cuando el Ego está tomando demasiado control, cuando la mente está sobreanalizando, o cuando las emociones necesitan ser atendidas. No toma partido, pero su capacidad de observar sin juzgar nos ayuda a encontrar un equilibrio entre todas las demás entidades. Cuando activamos nuestra consciencia, podemos navegar mejor por los conflictos internos. El Instinto y la Mente Racional : El instinto actúa rápido, sin pensar, mientras que la mente racional quiere analizar cada situación. A veces, este conflicto puede generar ansiedad: el instinto nos impulsa a reaccionar, mientras que la mente racional nos dice que esperemos. Encontrar el equilibrio entre la rapidez del instinto y la reflexión de la mente es clave para tomar decisiones efectivas sin caer en impulsividad o parálisis. El Camino hacia el Equilibrio El bienestar se logra cuando todas estas entidades encuentran un equilibrio. No se trata de silenciar al Ego, de controlar las emociones, ni de dejar que la mente racional tome todas las decisiones. Se trata de permitir que cada una de estas partes de nosotros tenga su lugar y de ser conscientes de cuándo una de ellas está dominando de manera negativa. La Consciencia es nuestra mayor aliada para lograr este equilibrio, ya que nos permite observar cómo interactúan todas las entidades y hacer ajustes cuando es necesario. Nos permite escuchar al cuerpo cuando necesita descanso, reconocer las emociones cuando necesitan ser expresadas, y moderar al Ego cuando está tomando demasiado control. Cada entidad tiene su valor, y el objetivo no es eliminar ninguna de ellas, sino aprender a vivir con todas de manera armoniosa. El bienestar surge cuando logramos que todas nuestras partes trabajen juntas, en lugar de competir entre ellas. Este equilibrio es lo que nos permite vivir una vida más plena y en paz con nosotros mismos, aceptando cada parte de nuestra psique sin dejar que ninguna domine por completo. ¡Recuerda, todas las entidades dentro de ti tienen su función, y cuanto más las conozcas, mejor será tu bienestar!
Por Salvador Mendoza García 20 de junio de 2024
Los estilos de apego desarrollados en la infancia influyen en cómo las personas se relacionan con varias áreas de su vida adulta . El apego es el vínculo emocional que se forma entre una persona, generalmente un niño /a , y su cuidador principal. Este lazo proporciona seguridad y afecto, y es crucial para el desarrollo emocional y social del individuo. Un apego fuerte y seguro ayuda a construir relaciones saludables y confianza en uno mismo a lo largo de la vida. El apego seguro fomenta relaciones equilibradas y saludables, mientras que los estilos inseguros pueden conducir a dependencias, evitación o conflictos en diversas áreas, como el apego intelectual, social, espiritual, a la rutina y a la tecnología. Asimismo, existen trastornos psicológicos en etapas jóvenes y adultas que están relacionados con estos vínculos formados en la infancia. Reconocer estas conexiones es fundamental para entender y mejorar el bienestar emocional y las relaciones a lo largo de la vida. Veamos los tipos de apego formados en la infancia y su relación con los que se pueden establecer en la vida adulta. 1. Apego Seguro Los niños con apego seguro sienten que sus cuidadores son una base segura y responden de manera consistente a sus necesidades emocionales y físicas. Causas en la Infancia: Cuidadores sensibles y atentos, que responden de manera apropiada a las señales del niño . En la vida adulta: - Forman relaciones saludables y confiadas con otros. - Se sienten seguros explorando nuevas ideas y aprendiendo, sin miedo al error o al juicio. - Se integran fácilmente en grupos y comunidades, manteniendo su identidad y sin miedo al rechazo. - Desarrollan una conexión equilibrada con creencias espirituales, sin depender de ellas para su autoestima. - Mantienen rutinas saludables sin sentirse rígidos o ansiosos cuando hay cambios. - Usan la tecnología de manera equilibrada, sin desarrollar dependencia o adicción. 2. Apego Inseguro Evitativo Los niños con apego evitativo aprenden a auto-consolarse y a no depender de los demás debido a cuidadores emocionalmente distantes o no disponibles. Causas en la Infancia: Cuidadores que desalientan la expresión emocional o que no están disponibles emocionalmente. En la vida adulta tienden a: - Evitar la intimidad y pueden parecer distantes en sus relaciones. - Mostrarse cerrados a nuevas ideas o cambios en sus creencias firmes. - Evitar la participación en grupos sociales, prefiriendo la independencia. - Ser escépticos o distantes de prácticas espirituales, buscando autonomía. - Tener rutinas estrictas como una forma de mantener el control y evitar la incertidumbre. - Usar la tecnología como un escape para evitar interacciones sociales. Ejemplo de consecuencia: Trastorno de Personalidad por Evitación Descripción: Los adultos con este apego pueden evitar relaciones íntimas y situaciones que requieran interacción social debido al miedo a la crítica, desaprobación o rechazo. 3. Apego Inseguro Ambivalente Los niños con apego ambivalente experimentan respuestas inconsistentes de sus cuidadores, a veces disponibles y otras veces no. Causas en la Infancia: Cuidadores impredecibles en su disponibilidad y respuesta a las necesidades del niño. En la vida adulta pueden: - Tener relaciones marcadas por la ansiedad y la dependencia, buscando validación constante. - Ser inseguros respecto a sus conocimientos y buscar constante aprobación externa. - Mostrarse muy dependientes de la aprobación social y temer el rechazo. - Aferrarse intensamente a creencias espirituales como una fuente de seguridad y consuelo. - Depender fuertemente de rutinas para sentir estabilidad y seguridad. - Volverse dependientes de la tecnología para recibir validación social y conexión constante. Ejemplo de Trastorno en Edades Adultas: Trastorno de Ansiedad Generalizada Descripción: Los adultos con apego ambivalente pueden sufrir de preocupación excesiva y constante por diferentes aspectos de la vida, acompañado de síntomas físicos como tensión muscular y fatiga. 4. Apego Desorganizado Los niños con apego desorganizado han experimentado comportamientos contradictorios y a menudo aterradores de sus cuidadores, como abuso o negligencia. Causas en la Infancia: Cuidadores que son fuente de temor o maltrato, o que tienen comportamientos extremadamente inconsistentes y caóticos. En la vida adulta tienden a: - Tener relaciones caóticas y conflictivas, con dificultad para regular las emociones. - Mostrar confusión y conflicto respecto a sus ideas y creencias. - Tener dificultades significativas para mantener relaciones sociales estables. - Establecer una relación confusa o ambivalente con la espiritualidad. - Tener dificultades para establecer y mantener rutinas. - Desarrollar una relación problemática con la tecnología, usando de manera desorganizada o compulsiva. Ejemplo de Trastorno en Edades Adultas: Trastorno Límite de la Personalidad Descripción: Los adultos con apego desorganizado pueden tener relaciones intensas e inestables, problemas de autoimagen y comportamientos impulsivos, así como una intensa reacción emocional. Si te has identificado con alguno de estos tipos de apego, ten en cuenta que las consecuencias en la vida adulta se pueden regular para llevar una vida emocionalmente más estable. Muchas personas logran adaptarse y generar cambios significativos en sus vidas. Si no lo consigues por tu cuenta, buscar ayuda profesional puede ser una excelente manera de abordar y desbloquear las consecuencias de los apegos inseguros.
Por Salvador Mendoza García 18 de marzo de 2024
Imagínate que somos como unos smartphones de última generación, pero en lugar de chips y circuitos, estamos hechos de genes y neuronas. Nuestro software viene de fábrica con unas apps preinstaladas que han ido evolucionando durante miles de años. Estas apps son nuestros instintos y emociones, diseñados para que la especie humana sobreviva y se reproduzca. Pero aquí está el giro: mientras que un teléfono está hecho para funcionar de manera óptima con sus apps de fábrica, nosotros, los humanos, tenemos algo más. Tenemos algo parecido a una app de conciencia que nos permite pensar sobre nuestro pensamiento, sentir sobre nuestros sentimientos y cuestionar todo lo que viene preprogramado. Pero, ¿qué pasa cuando este sistema operativo avanzado que tenemos encuentra un error o un conflicto entre apps? Bueno, es como cuando tu teléfono se traba porque dos apps están tratando de hacer cosas diferentes al mismo tiempo. Nuestros cerebros, increíblemente complejos, están llenos de estas tensiones. Por un lado, tenemos instintos básicos y emociones que nos empujan hacia comportamientos que alguna vez fueron útiles para nuestros ancestros (como la ansiedad que nos mantenía alerta ante depredadores, o el fuerte impulso de proteger y cuidar a nuestros pequeños). Por otro lado, tenemos esta capacidad única de imaginar, de soñar con un futuro, de aspirar a la felicidad. Ahora, aquí viene la parte complicada: la felicidad. Este concepto moderno de buscar la felicidad a toda costa puede que no esté del todo alineado con nuestro software evolutivo. Nuestro cerebro no está diseñado primordialmente para ser feliz; está diseñado para sobrevivir y reproducirse. La felicidad, como la entendemos hoy, es como una app que descargamos porque nos dijeron que era genial, pero que nuestro sistema no siempre sabe cómo ejecutar correctamente porque no venía incluida de fábrica. Entonces, nos encontramos en esta encrucijada evolutiva. Por un lado, queremos ser felices, vivir en paz, amar libremente, disfrutar de la vida. Pero por otro lado, nuestros cerebros están llenos de estas preprogramaciones antiguas que a veces nos empujan en direcciones completamente diferentes. Y aquí es donde aparecen muchos de nuestros problemas y conflictos internos. Es como si estuviéramos atrapados entre dos mundos: el mundo de nuestros ancestros cazadores y recolectores, y el mundo moderno de las redes sociales, los trabajos de oficina y los viajes a Marte. La gran pregunta es: ¿cómo navegamos este mundo moderno con un cerebro lleno de software prehistórico? No hay respuestas fáciles. Pero entender que somos el resultado de este increíble proceso evolutivo, y que muchos de nuestros impulsos y emociones tienen raíces antiguas, puede ayudarnos a ser más comprensivos con nosotros mismos y con los demás. Podemos empezar a ver nuestros problemas psicológicos no como fallas, sino como señales de que estamos tratando de ejecutar apps modernas en un sistema que no siempre está preparado para ellas. Quizás, con tiempo y esfuerzo, podemos aprender a actualizar nuestro sistema, o al menos a manejar mejor estos conflictos internos, en nuestra búsqueda constante por una vida plena y, ojalá, feliz.
Por Salvador Mendoza García 5 de febrero de 2024
Mi Aventura Como Detective en la Ciudad de la Mente Imaginen que soy un detective, pero no uno cualquiera. Mi trabajo es en una ciudad muy especial: la Ciudad de la Mente. Esta ciudad es un enorme rompecabezas donde cada pieza es un pensamiento o un sentimiento distinto. Un día, me enfrento a un desafío enorme: descubrir por qué la gente en esta ciudad se siente triste, ansiosa o asustada. Comienzo mi investigación recorriendo toda la ciudad. Visito la Calle de la Tristeza, el Parque de la Ansiedad, incluso me aventuro al Barrio del Miedo. En cada lugar, escucho historias diferentes, pero algo empieza a llamarme la atención: aunque los problemas parecen variados, hay algo que se repite, como una sombra que se desliza por todas estas calles. Ahí es cuando decido cambiar mi estrategia. En lugar de tratar cada problema como un misterio separado, me propongo buscar lo que tienen en común. Es como si, en lugar de perseguir a muchos ladronzuelos, estuviera tras la pista de un gran jefe que controla todo desde las sombras. Pero aquí es donde mi historia toma un giro inesperado. En la Ciudad de la Mente, no hay un "villano" claro como en las películas. Lo que encuentro es mucho más enrevesado: patrones de comportamiento, estilos de afrontamiento emocional, y pensamientos de la gente, todos entrelazados y afectándose mutuamente. Entonces, empiezo a reflexionar. En el mundo de la medicina tradicional, los doctores buscan un virus o una bacteria específica para tratar una enfermedad. Pero en mi ciudad, la Ciudad de la Mente, ese enfoque no funciona. Aquí, no puedes buscar un único "malhechor" porque lo que sucede en la mente es como un gran baile donde todos están conectados. Entonces pensé: aunque la psicología puede aprender de la medicina en cuanto a ser más metódica y precisa, no puede imitarla completamente, o por lo menos no en el trabajo del día a día del psicólogo. La mente no es como un órgano que se cura aisladamente. Es un universo lleno de historias, emociones y pensamientos entrelazados. Como detective en esta ciudad, mi labor no es encontrar un único culpable, sino comprender cómo todo está interconectado y ayudar a las personas a ver cómo sus pensamientos y emociones se influencian entre sí. Es una tarea más compleja, pero infinitamente más fascinante. A esta forma de hacer psicología se le llama Psicología Transdiagnóstica.
Por Salvador Mendoza García 8 de enero de 2024
Descubriendo la Disociación En medio de nuestras vidas aceleradas, es común caer en la trampa de los pensamientos que nos alejan del presente. ¿Cuántas veces te has perdido en preocupaciones sobre el pasado o el futuro, sin darte cuenta de lo que está sucediendo justo frente a ti? Este fenómeno tiene un nombre: desconexión, una separación entre lo que pensamos y lo que sentimos, un deslizamiento inadvertido en bucles mentales que nos impide estar plenamente presentes en el ahora. La desconexión no es solo mental; también afecta nuestro cuerpo. Cuando las tensiones diarias nos abruman, es fácil vivir en nuestras cabezas, ignorando las señales que nuestro cuerpo nos envía. Esta falta de conexión tiene un impacto negativo en nuestra habilidad para adaptarnos y sentir de manera adaptativa, ya que nuestras sensaciones físicas y emocionales son una brújula vital. Visualiza un día típico: te enfrentas a una lista interminable de tareas, tu mente zambullida en la resolución de problemas y planificación. En este proceso, te desconectas de las sensaciones de tu cuerpo, como si estuvieras en modo automático. Este estado se convierte en un bucle diario, limitando tu capacidad para adaptarte y disfrutar plenamente de la vida. Esta desconexión influye en cómo percibimos y respondemos al mundo que nos rodea, y es aquí donde entra la importancia de reconectar con nuestras sensaciones corporales. La invitación es sencilla: toma conciencia de tu experiencia presente. Observa esos patrones de pensamiento que te arrastran lejos del momento actual y regresa a las sensaciones corporales. La meditación y la atención plena son herramientas prácticas que te ayudarán a salir de los bucles mentales y a regresar a tu experiencia inmediata. Reconectar con las sensaciones corporales no solo te permite vivir de manera más completa, sino que también mejora tu capacidad de adaptación. Al estar plenamente presente, puedes responder de manera más efectiva a los desafíos y cambios, rompiendo con las respuestas automáticas. En resumen, la desconexión en la vida cotidiana es un fenómeno común que afecta nuestra capacidad para sentir y adaptarnos. La clave para superar esta desconexión radica en la atención consciente, la reconexión con nuestras sensaciones corporales y la elección deliberada de vivir plenamente en el presente. Integrar estas perspectivas puede transformar tu experiencia diaria y construir una conexión más profunda contigo mismo y con el mundo que te rodea. En este viaje, descubrirás que al navegar hacia la reconexión, también descubres una forma más rica y satisfactoria de experimentar la vida.
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